viernes, 13 de julio de 2012

Oasis para desiertos (despedida y cierre de Regardé)


   Regardé será pronto un páramo digital, un desmonte cibernético donde campen los ratones del abandono, porque esta será la última entrada  (sorbiendo mocos incipientes y lágrimas abundantes lo digo) de este puto blog. Nacido de un traspié, este compendio de quejas, pegas y objeciones baja la persiana.  Cuando lo abrí el julio pasado, no pensé que durara más que mi baja laboral -por el traspié- ni que alcanzara a ser leído más que por mis amigos. En cambio, ha sobrevivido bastante más de lo esperado, aunque haya sido difícil mantener la regularidad de "posteo"  (soy pluriempleado, aunque puedo decir en mi descargo que uno de los dos trabajos exige el pluriempleo :no acaparo trabajos que podría hacer un parado, quiero decir) y ha llegado a la sorprendente cifra de las 10000 visitas, que no es nada en la red, ya lo sé, pero es mucho cuando no se esperaba nada.

Lo he pasado bien y he podido escribir aquí de bastantes asuntos de los que no sé, deslizándome muy a gusto por la siempre tentadora pendiente del cascarrabismo. Seguiré haciéndolo en casa ajena cuando tenga tiempo, incordiando con mis comentarios sin criterio en algunos de los blogs que leo, pero no en Regardé. La entrada que sigue, un retrato totalmente ficticio, o sea, fiel, del escritor frustrado, valdrá como despedida. Un abrazo a los incautos que pasan por aquí y que el apocalipsis nos pille echándonos unas risas o, por lo menos, quejándonos y refunfuñando, que también alivia mucho.







Retrato del escritor frustrado (en cinco pasos)



 1.  El escritor frustrado tuvo en la infancia visos de niño prodigio, rarezas de geniecillo en ciernes. No es imprescindible que fuera un niño contrahecho, pero ayuda. Tampoco son imprescindibles los premios en concursos literarios infantiles y la admiración incondicional de profes y bibliotecarias, pero se agradecen y redondean mucho el perfil del escritor frustrado. Yo daba todo el perfil, la planta y el alzado, sin fisuras.

 

2. De adolescente, el escritor frustrado se salvó de una condena al ostracismo social por vía de insistencia: insistir en marginarte para que no te marginen, redoblar la excentricidad (tan pasmosamente normal) para encajar.

Como hacen la mayoría de los adolescentes, pero el escritor frustrado considera excepcional en él/ella, nuestro sujeto disparaba por elevación a la ficción quinceañera de la personalidad: no perdía detalle de cada uno de los mínimos giros de sus propias emociones, de sus propios gustos -el yo sobrealimentado de referencias literarias y musicales que algunos no abandonan nunca- de sus inquebrantables opiniones y de todo lo que pudiera, en fin, distinguirle como el puto genio que iba a ser.

  Ahora, si el escritor frustrado es nativo digital, hace pública toda esa concentración en sí mismo/a que es consustancial a la inmadurez y que más allá de los veinticinco es la señal más visible de la estulticia. Fotos a trasluz de sus tatuajes, de sus lecturas, de cualquier ocurrencia. En otro tiempo hacíamos lo mismo, pero en las cafeterías, bares que habríamos querido llamar poco recomendables -pero no merecían el título-y algún parque o descampado miserable, si es que se les podía distinguir.



3. Cuando, a los veintipocos, publicó su primer libro, el escritor frustrado no había abandonado las últimas certezas (suena a aquel ominoso parte de guerra: cautivo y desarmado, el escritor frustrado ha abandonado sus últimas...) y creía estar a punto de encontrar su voz, en el umbral de su Obra. Invariablemente encumbrado/a por dos polvos bien echados a cuenta de su pequeño éxito literario, el escritor frustrado era capaz de obviar la acogida displicente, si alguna, que tenían sus poemas, cuentos, novelas más allá de su pequeño círculo de iguales...En caso de tratarse de un  novelista, era –sigue siendo- imprescindible que se sintiera incomprendido por sus contemporáneos, íntimamente dolido ante las reacciones mezquinas de quienes aún no aprecian los desafíos planteados por su primera obra, por supuesto fuertemente dotada de un trasfondo teórico y un sinfín de filiaciones. Si es poeta, en cambio, venía incomprendido de casa y sus expectativas previas a la recepción de su obra difícilmente podían ser defraudadas. En todo caso, el escritor frustrado está seguro de que habrá más y mejores lectores en el futuro, grandes críticas, muchas otras obras, y si no, será culpa de los lectores, de los críticos, de la desastrosa publicidad de la editorial, del papa de Roma…





4. Rechazado su segundo libro, o a las puertas de un premio de campanillas que nunca llegará, o publicado sin pena ni gloria en un rincón aún más oscuro que el primero, el escritor frustrado se ve obligado, si tiene dos dedos de frente, a dejar la adolescencia atravesada de malditismo molón y alcohólico que trataba de alargar inútilmente. Se le plantea entonces (luego están los que se quedaron en la fase 3 y allí alcanzarán la edad de jubilación, pero de esos no hablamos aquí: ya hemos dedicado un año a hablar de gilipollas, y hoy no toca), mientras aborda una vida no dedicada a la creación, el dilema básico del escritor frustrado: dejar de escribir del todo, o solo dejar de decir que escribe.



5. El retrato debería acabar aquí, en el dilema del punto 4. Pero no suele. El escritor frustrado, hay que reconocérselo, además de follar como un campeón, es porfiado. Pasa el tiempo y él sigue escribiendo, más o menos secretamente. Y los amigos le tratan de tironear. Unos poemas en una revista. Ahora unos textos en el libro de un amigo ilustrador (y autor). Un bulle bulle, vamos. Y así durante años, lustros, décadas. A veces, incluso, y eso sí que es imperdonable, el escritor frustrado, ya fondón y absolutamente incapaz de abandonar un vicio contraído a los ocho o nueve años, piensa en llamar a ese amable poeta al que ve poco, y que tantas veces le ha ofrecido hacer de intermediario con un amigo de una editorial. Lo piensa un poco, revisa sus textos, saca el poemario, la novela que fiel al tópico guarda celosamente en un cajón, se le escapa una sonrisa al verse a sí mismo otra vez en la misma situación, y se dice “observen la tontería”

Tip traduce de inmediato:”Regardélagilipolluá





viernes, 15 de junio de 2012

No preguntes lo que el banco puede hacer por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por el banco.


1.       No enfermes. Es irresponsable, alarma a los mercados y convierte en insostenible al estado, condenado al déficit con cada uno de tus esputos. Parece mentira que aún no lo hayas entendido pese a las repeticiones: hemos estado tosiendo por encima de nuestras posibilidades.


2.       El tamaño importa: 5 millones de personas son cinco millones de hormiguitas, no hacen bulto. Un banco, en cambio, es demasiado grande para dejarlo caer. ¿A qué viene tanta queja? ¡Haber crecido, joder! No os dais cuenta de que es culpa vuestra, por piltrafillas.



3.       Si volvéis a venir al banco a molestar con plataformitas y cartelitos vamos a tener que recurrir a la OTAN. Desahuciamos a quien nos sale de los cojones, que para eso están hechas las hipotecas. Si no podéis pagar, ¿qué esperáis?, ¿que os rescaten? Ilusos.

 4. No queremos veros merodeando por aquí. De hecho, los que aún tenéis trabajo no paséis tampoco, hacedlo todo por internet, que hace calor y oléis mal. Hemos estado siendo demasiado blandos, permitiéndoos venir a hacer gestiones personalmente y pagar recibos de 9:13 a 9:27 los días que no llevan R de los meses impares en cada año bisiesto, y claro, os habéis venido arriba. Se acabó. No queremos volver a ver a un paria atravesar nuestras puertas. ¿Entendido? Mirad que todavía queda margen para quitaros algo, ¿o pensáis que sólo vais a pagar los intereses de nuestro rescate? ¿Qué creéis, que  nos vamos a conformar con otro hachazo a los funcionarios y con dejar sin sanidad a unos pocos miles de vosotros, desgraciados? No tenéis ni idea de hasta dónde podemos llegar para que paguéis lo que debemos.

martes, 29 de mayo de 2012

Fracasando, que es gerundio (un álbum) II


Hace cien años de una de las huelgas más importantes en la historia de los Estados Unidos, una historia más cuajada de luchas obreras y sociales de lo que en Europa suele conocerse (o reconocerse). De hecho, la huelga desembocaría, unos años más tarde, en una auténtica guerra: la de los empresarios mineros, y el gobierno que los protegía (qué cercano suena), contra los sindicatos y los desesperados trabajadores. No es una metáfora: una guerra con sus bombas, sus ataques químicos y sus metralletas.

 
     En estos tiempos no hace falta mandar detectives privados a saquear las casas de los mineros, o de los obreros, o de ese grupo-antes-conocido-como-clase-media. No hace falta recurrir a la aviación. No hay que encarcelar, gasear, difamar a líderes peligrosos para los tiburones. No hay una "Mother Jones" o un Hatfield. No puede haberlos. Todo funciona como la seda. No sé por qué algunos tontos nos sentimos impotentes leyendo los periódicos. No sé por qué me he acordado hoy de la guerra de las minas de West Virginia. Será cosa de la música de blues que el disco de Hugh Laurie me ha hecho desempolvar, y ahí estaba Hutchison cantando a los mineros. Será eso. Todo está bien. Es sólo culpa del doctor House.



Por otra parte, aunque viví pocos años allí, y he ido espaciando mis visitas, yo soy de un pueblo minero, que ahora tratan de desmantelar definitivamente acabando con su escuela universitaria, años después de que las minas cerraran y se convirtieran en accesibles al público. Los turistas visitan el primer piso, se asoman a la humedad y la historia de los túneles. Por debajo, cuarenta y tantos pisos más, un mundo subterráneo, un universo de galerías abandonadas. Esa fue la mina de mercurio más grande del mundo. La muerte la hizo inmensa. El trabajo, el ingenio, la avaricia, la necesidad… pero sobre todo la muerte. Un aluvión de muerte por cada tímido paso entre el cinabrio. Una carreta de dolor por cada gramo de mineral. Exactamente igual que arriba, en la superficie, sólo que en el envés oscuro y húmedo del mundo.
            Si quisiéramos imaginar cómo sería el lugar donde vivimos si todo terminara, qué quedaría de nosotros, no hay más que asomarse a los centenares de kilómetros de abandono abisal de esa mina cerrada, acercarse, callado, al silencio inconcebible de las entrañas de Almadén.

martes, 8 de mayo de 2012

Porque no engraso los ejes...


Y me lo llaman con razón. Tres semanas de abandono de Regardé. Tal vez sea una paradoja que un blog creado solo para la queja se permita semanas sin quejarse (con el superávit de motivos que hay) y hasta incluya un álbum tontamente serio (Fracasando que es gerundio, que alternará desde ahora con las entradas habituales). Pero es que son tiempos paradójicos, o para decirlo en términos que compensen mi ranciedumbre, “Súpersúper paradójicos”.

Paradoja 1. Se repite que un blog, las redes sociales, la web 2.0 en general, son la quintaesencia de la democracia, la igualdad, el amateurismo, pero curiosamente se dice también que quien no tiene un determinado número de seguidores, una actualización permanente y una presencia virtual constante no es nadie en la red. O sea, que los principios son los mismos que regían el mercado de la industria cultural de masas, con las mismas servidumbres (o peores, porque, en teoría, no había dinero de por medio –risas-) y, si cabe, un mayor carácter epidérmico y una mayor presión hacia un único ritmo de pensamiento y creación. Quien publica poco, no está. Quien piensa despacio, no es.

Paradoja 2. Algunos apóstoles de los nuevos medios no son sino grandes publicistas, bien de sí mismos (producto y agencia de publicidad en uno, y le regalamos un pesado ególatra: 3x2, como en Carrefour) o bien de sus editoriales, compañías de comunicación, o hasta de su generación. Que sí, que en la esencia misma del concepto de Generación artística o literaria siempre ha habido su parte de operación publicitaria, pero era imprescindible (qué tontos, qué primitivos) que también hubiera una obra que publicitar. Por otra parte, la sobreexposición de los artistas-vendedores crea una tercera paradoja teórico-literaria: ¿no habíamos quedado en que el autor ha muerto? Joder, con el postmodernismo…nunca había visto yo tanto autor, tanta autora, tanta autoritas y autoría arremolinadas como en este tardopostcibertultralíquidopostmodernismo, o sea que va a ser verdad que el autor no estaba muerto, que estaba de parranda.


Paradoja 3. Conocida también como la paradoja “Si vuelvo a oír a un emprendedor  reviento” o “Hasta los huevos de los putos emprendedores y los putos desafíos y las putas oportunidades”. Cuando el sistema de la búsqueda del beneficio a corto plazo sin compromisos colectivos, reglas, controles colectivos nos lleva a la ruina, cuando el asalto de unos pocos a los terrenos lentamente conquistados por los muchos adopta proporciones de revolución a la inversa (desmantelar la educación pública ahorra 3000 millones, reflotar Bankia –privada, y lo seguirá siendo, no la estamos comprando- cuesta entre 5 y 10000 millones), los medios, paradójicamente, nos ofrecen como salida redoblar los valores que causaron la ruina. Ver la crisis como una tierra de oportunidades para los más listos, mostrar ejemplos de los que “cambiaron su vida”, empezaron negocios, se mudaron, pusieron en marcha grandes proyectos, triunfaron individualmente, en fin. Los emprendedores de los cojones, resumiendo.
Y no es que a mí no me caiga simpático, como a todos, durante diez minutos, ese chico catalán que creó un programa informático y nos vende espíritu positivo y actitud dinámica. Seguramente él no es consciente de ser parte del problema, y no tiene la culpa de que le den tanta cancha y acabemos hartos de él, de su cara y su “mensaje”. Es que no queremos mensajes. No hace falta decir que la mayoría aplastante de las personas de este país no podrían ser emprendedores, aunque quisieran. No hace falta decir que reforzar los valores del individualismo a ultranza, de “puedes triunfar si te lo propones”, “aprovecha las oportunidades” tiene como corolario “sálvese quien pueda”, “perdemos todos pero ganas tú solo”, no hay nada que revisar como colectivo, como conjunto, como “nosotros”. Todo depende de ti.
 La paradoja se redondea con una coda: las historias de los dizque triunfadores-sonrientes-emprendequeteemprende son individuales, pero los tiburones son siempre un grupo anónimo y fantasmagórico: los mercados, los fondos de inversión, las grandes instituciones financieras. Los que están tras la especulación,  los que sí han triunfado con esta situación, los que han engordado su cuenta con el desempleo y la pérdida de derechos de millones…esos no tienen nombre, ni cara. Su historia de superación y “emprendimiento” (por favor, que alguien someta a tortura al creador del palabro, por ejemplo viendo en un bucle sin fin un discurso de motivación –coaching, diría él-) se nos escatima, seguramente por nuestro bien. No soportaríamos ver qué poquitos son, qué absurdamente natural es para ellos la filosofía del esfuerzo individual, del aprovechamiento de las oportunidades.

lunes, 16 de abril de 2012

Fracasando, que es gerundio (un álbum)- I


Instituto público. Hace más de veinte años.

      Era menudo, calvo, y parecía haberse desanclado del movimiento terrestre. Su cuerpo y su voz transmitían una quietud ajena a la perpetua agitación en la que nosotros habitábamos. Sólo sus ojos tendían, a veces, un puente con nuestro mundo, cuando desde la tarima ordenaba leer a los ausentes:
“Señor Navarro Pastor, lea. ¿No? ¿No sabe? Bien, entonces, señor Pérez Pellín, lea.” 
     Una vez todos los pupitres vacíos se habían negado a obedecer y cada uno de los presentes estábamos ya reprimiendo la risa, con la voz saliendo directamente de los ojos hacía un comentario sobre lo preocupante de no saber leer a esas alturas del bachillerato. Al final, ante la incomprensible incapacidad lectora de los que no estaban, él mismo nos ofrecía en voz alta fragmentos de los autores que íbamos a tratar en clase, o de los que habíamos visto el día anterior. No he olvidado la sensación de no poder controlar mis carcajadas escuchando La “tournée” de Dios, o la de verdadero pasmo ante el millón de cadáveres de Dámaso Alonso. Sólo mucho después, cuando leí a Pennac hablar de un profesor que también le leía, entendí lo extraordinario de aquellas clases de literatura.
         Aranda nos ofrecía un fluido perdido desde las lecturas de la infancia, un fluido donde, al abandonarse, el mundo se veía mejor, casi a salvo, como si hubiéramos logrado desanclarnos de la gravedad terrestre y movernos en otro espacio con dimensiones infinitas que, sin embargo, tenían algún sentido. Los pupitres eran verdes, creo. Todavía compadecemos a los que se quedaban en casa, o en la cafetería, y eran llamados a leer. Por una vez, los afortunados éramos nosotros.

domingo, 8 de abril de 2012

Para que luego digan que la procesión va por dentro

    (Música de Las Leandras)
 El obispo de Alcalá
 con el yugo almidonao
y las flechas apoyás en la caderaaaaaaa

Perdonen el introito musical, pero era "obligao". Con ese desparpajo que tiene la conferencia episcopal y que tantas úlceras nos lleva ocasionadas a tantos, esta semana el susodicho sujeto ha aportado un elemento clave a la taxonomía de la gilipollez, que nos permite establecer tres grados :
SE PUEDE SER
a) gilipollas
b)muy gilipollas
c) obispo de Alcalá

  Dicho lo cual, tengo que confesar que ni la semana santa post-mayoría absoluta (con su Cospedal costalera, su Cospedal manola, su Cospedal público plañidero... todas ellas muñecas con destino a la siguiente campaña navideña de juguetes: la barbi cospedal vendrá con todos esos atuendos y uno opcional de dominatrix, que lleva de complementos unas botas negras altas, unas tijeras modelo "recorte de mi vida" y un obrero con bozal que por el salario mínimo de Vietnam se deja hacer de todo) ha conseguido despertar en mí el talento a la Marías que esperaba. Hay que admitir el fracaso, en este caso el mío como escritor de blogs cutres, pero también hay que admitir el fracaso como cascarrabias. No soy lo bastante bilioso  ni para que mi cabreo dé para una entrada atea en condiciones. Y eso que hay quien me dice (ten amigos...) que soy muy ateo. Me hace gracia, porque no veo la gradación. Es como cuando dicen que X "es muy creyente"...no funciona. En la oposición creyente/no creyente no hay matices, lo siento. Puede uno ser después más o menos observante de una determinada religión, puede ser más o menos practicante de los ritos que establece, pero creyente se es o no se es. Y yo no soy. Ni mucho ni poco. Y me sé perteneciente a una determinada cultura, marcadamente cristiana, que condiciona parte de mis ideas y muchos de mis escasos conocimientos.Y además, procuro respetar intelectualmente (el otro respeto se da por supuesto: de la tolerancia o falta de animadversión por las flaquezas ajenas, como por las propias, no hace falta hablar) a los deístas, sean más o menos cercanos al judaísmo, al cristianismo, al islam o al budismo (de todas ellas he conocido renegados pero creyentes, deístas merecedores de admiración). Los respeto porque siendo creyentes emplean sus instrumentos humanos, principalmente verbales, para pensar y sentir,  y eso les aleja, necesariamente, de las religiones y sus textos e instituciones, pero no de la espiritualidad. No marcan líneas rojas tras las que es imposible la discusión, no consideran nada intocable o indiscutible, más acá, o más allá de su fe. En cambio, lo siento, no puedo otorgar el mismo respeto intelectual a los que creen en la resurrección, en los viajes en burras aladas, en la virginidad de una madre, en un señor que vive nosecuántosaños en el vientre de su madre (¡meditando!, será cabrón...) y, en fin, en dioses vengativos, desesperadamente humanos en su concepción, prejuicios, violencias, deseos y mandatos. 


     O sea, que la semana santa, vista con un mínimo de distancia es tan delirante que no merece ni una entrada cabreada, ni un artículo que añadir a los doscientos o trescientos que ya ha escrito Javier Marías sobre la toma de las calles, las autoridades consentidoras, etc.(repito, por si alguien se ofende, mi admiración por el escritor, pese a su pesadez y desgana creciente como articulista). La mejor prueba: prueben a explicarle la semana santa a alguien que desconozca casi por completo la iconografía y la mitología cristianas. Un joven sintoista o animista poco versado en religiones "occidentales", o un niño español educado al margen de cualquier adoctrinamiento religioso. Yo lo he hecho varias veces, y esta semana me he visto otra vez en la tesitura, con la particularidad de que se trataba de mi hijo. No voy a entrar en detalles, pero pónganse en la situación, piensen en explicar la semana santa desde cero a un alienígena, y escuchen cómo suena su explicación. Baste decir que el niño dijo, con sorna: "y yo que pensaba que eran cocineros ninja", y a mí solo se me ocurrió que su broma o la imagen que estaba construyendo en su cabeza, en realidad, tenían mucho más sentido que mi relato, y que puedo estar tranquilo: quizá yo no pueda escribir ni un blog decente, pero si puedo ir anotando sus ideas, mi hijo lo hará por mí...

viernes, 6 de abril de 2012

¡Vaya semanita (santa)!

   Como quiero parecerme a Javier Marías, pero no tengo ni su talento como escritor ni la profundidad de su mirada (y eso que he probado ante el espejo; tantas veces...), voy a sumergirme varias horas en el centro de esta ciudad, pequeña, pero convenientemente caótica y llenita de turistas en busca de playa. Con un poco de suerte, conseguiré tener problemas de aparcamiento, problemas para llegar a mi destino, problemas para encontrar lo que busco y, a poco que se dé bien, lograré cabrearme a conciencia por la invasión católica de las calles. Con esa energía renovada (uno piensa que, con la edad, el odio y el desprecio a la iglesia, como casi todos los odios, pierde calor, pero solo hace falta un poco de aire para que las ascuas vuelvan a prender la madera reseca), con ese nuevo furor escribiré, al fin, una gran entrada en el blog en la que dar rienda suelta a una brillantez y un ingenio desbordantes, que anidan en alguna parte de mi ser y no se deciden a alzar el vuelo. Ya está bien de malbaratar mi bilis con el yoga, la homeopatía, o los nuevosnovísimosnuevecitosnarradores. Es hora de abordar las procesiones. Estén atentos. La entrada, si llega a existir, tiene ya título: "Para que luego digan que la procesión va por dentro".

lunes, 26 de marzo de 2012

El imperio del flash naciente

        No, no voy a hablar de Japón, ni de los japoneses, o por lo menos no sólo de ellos. Hace mucho que no tienen la exclusiva de la obsesión fotográfica. Más que nunca, somos presa de una desesperada necesidad de dejar constancia, hacer registro, levantar acta de cada uno de nuestros movimientos por el mundo. No de hacer la foto que nos asalta de repente, o esa otra que cazamos nosotros tras acecharla un buen rato, o a veces varios días. No, eso no. Se trata de hacer diez fotos de cada puta piedra que vemos, de cada amanecer, puesta de sol, cafetería típica, estación de tren, fiesta o concierto por el que pasemos. Cumpleaños infantil (ay, si Dante los hubiera conocido antes de describir el infierno…), doscientas fotos. Fin de semana en balneario, trescientas. Puente largo en la costa o casita rural, quinientas. De los cruceros, viajes de una semana o lunas de miel, mejor ni hablamos, porque ahí ya nos lanzamos a las cercanías del millar. Desde luego, tiene que ver con la facilidad de las cámaras digitales, claro, pero también con esta tontuna tan comentada de las redes sociales, de la vida contada en tiempo real, sin procesar, sin digerir y, perdónenme la leve exageración, sin vivir. Y es que sabemos bien que todo lo que nos pasa no está igual de vivido, pero en este tiempo todo, absolutamente todo, está igual de contado, documentado, compartido. ¿Cómo saber entonces qué importaba y qué no? ¿Dónde estuvimos realmente y por dónde sólo pasamos? ¿Qué nos dejó algún poso, algún desafío o pregunta, y qué resbaló por el teflón de nuestra sensibilidad sobreestimulada? No hablo ya de esa tontería de ser viajero o ser turista. Todos somos turistas, sin excepción, a estas alturas. Pero ser turista no tiene que significar, necesariamente,  ser gilipollas, aunque a veces pueda parecerlo. 

Aunque ahora algunos no pueden permitírselo –quizá antes tampoco, pero no lo sabían- , eso no cambia sus deseos y expectativas: muchos, muchas veces, quieren viajar por “haber viajado”, como muchísima gente lee (lo dice, no recuerdo dónde, Prieto de Paula, como siempre sabiamente) por “haber leído” y,  sacrilegio sin par, los hay que follan por “haber follado”. Como si la vida fuera una gymkana de gilipollez donde ir poniendo cruces en las pruebas superadas. De ahí que se nos estén llenando los suplementos literarios y las librerías de escritores que no quieren escribir, sino ser escritores, haber escrito.  Lo de menos es el disfrute del momento, la dificultad, el proceso, el vértigo. Lo importante es la foto de después, la entrevista, la promoción, el twitter de los cojones. Pero volvamos a los viajes. Unos ejemplillos de esta tontería que os cuento. Es posible escuchar (juro que lo he oído) a quien, en Roma, ¡en Roma!, decidió no bajar del barco en un crucero, “porque ya había estado”. O a quien te mira mal si dices que en tus visitas a Nueva York nunca fuiste a las torres gemelas, o en París a Versalles, y  te mira desde la atalaya de su superioridad, de regreso de un viaje extenuante donde en tres días no dejó nada por marcar, donde reprodujo fielmente en su cámara digital la guía/lista de tareas, y te mira pensando,” ¿y qué coño hiciste tantos días? “, “vaya pérdida de tiempo y dinero”.  Lo curioso es que esa desfachatez toca también a algunos de los que se dicen ”alerta contra la masa y sus hábitos”, de modo que siempre, curiosamente, encuentran un momento mágico o especial donde se supone que debían encontrarlo. La puesta de sol en la playa de Bolonia (que sí, que es cojonuda, quién lo duda), la noche en el desierto, ese restaurante o café decadente que en las guías o en las webs garantiza el atisbo pintoresco, la sensación “auténtica”.  Sin pensar que ya lo llevábamos puesto, el momento mágico, o sería muy raro que nos esperara justo, para nuestra conveniencia, en esas tres horitas que nos quedaban antes de seguir la gymkana.  Que sólo faltaba una muchacha con sombrero y un cartel con flecha que dijera “Momentos mágicos ”.  Un puesto con “Souvenirs de su momento mágico”.  “Audioguía de su momento mágico”. Se da el caso de alguien que tuvo que ir al baño y se perdió su momento mágico porque ya había que poner en el GPSla dirección del restaurante decadente. 

Y ahora les tengo que dejar, que van a hacerme unas fotos unas chicas muy guapas y muy listas de Saitama porque quieren documentar que han visto al Cascarrabias Típico que sale en sus guías de viaje. Voy a ensayar mi mejor sonrisa, una que pueda disimular mi frustración y acritud inabarcables: es la que ya todos conocen como Sonrisa Javier Arenas. Verás cuánto tardo en llenar Facebook y Mixi.

jueves, 15 de marzo de 2012

Breviario de primavera 2012

1.       Ya, ya sé que la primavera no ha llegado, y que la ola de frío Cospedal tiene pinta de durar todavía bastante… pero a mí me hace falta que sea primavera, estamos a 18 grados, y este es mi puto blog, así que este es el breviario de primavera 2012.

2.       Cheesy fool, digo Fresy Pool, digo Twitty Cool o como se llame… todavía no es bestseller internacional, ni Antonio B, o Ibrahim Jiménez, o como se llame ha desbancado a Kate Morton  en la lista de novelistas multimillonarios y multifotografiados (y no sólo porque ella dé mejor en las fotos, con su pinta de mojigatilla saludable)… no, no lo ha conseguido todavía, pero… seguiremos informando.

3.       Debo adelantarme a las críticas y defenderme por adelantado, como hacen los nuevos narradores . Es que yo quiero ser uno de ellos cuando rejuvenezca: no, no los he leído, ni a Morton, ni a Fresy (en una librería, cómodamente, leí unas quince páginas y desistí) ni, de momento, tengo intención. Pero, como te digo una co te digo la o, si alguien fiable me convence de lo contrario, lo haré. Ya dijo Daniele Silvestri, “so´testardo, ma mica so´coione”.

4.       Desapareció Público, que sí, que era necesario, pero que, no olvidemos, era una empresa y como tal ha actuado desde el primer día hasta el último. El romanticismo queda para algunos de sus trabajadores y lectores, pero Público era/es una empresa, no un servicio público. Es que, a veces, parecía lo contrario, oyendo las conversaciones de bar, los debates radiofónicos y leyendo algunos textos del tipo “Todos somos Público” o “Salvemos Público”, como si de salvar a las ballenas o al lince se tratara.  Yo me sorprendí a mí mismo comprándolo mucho más que antes  para “ayudar”, como una colaboración con una ONG, y un poco culpable por no haberlo comprado lo suficiente cuando aún no agonizaba. No es solo que no tenga criterio, que no lo tengo, es que además el poco que tengo se tambalea en cuanto asoma la culpabilidad inducida.  Por otro lado, dejando la obviedad de que ahora hay menos pluralidad en el quiosco, que se escora aún más a la derecha (se han visto quioscos tan inclinados que empiezan a usar anclas en el otro lado para no volcarse), Público nos permitió leer algunos textos brillantes de Orejudo, de Reig (antes de invitarlo a salir: ya digo que era una empresa), de Isaac Rosa; pero también le dio una columna a Luna Miguel y otra a Arturo González, por poner solo dos casos de algunos de los textos más lamentables leídos en prensa en mucho tiempo. Y en el caso de Luna Miguel, por edad, es mucho más culpa del periódico que de ella.

5.       Hay un verdadero tumulto en Polonia, la República Checa, Rumanía e, incluso, un principio de movimiento en Vietnam y Laos, porque los trabajadores temen a la deslocalización de empresas que se mudarán a España, atraídas por las nuevas condiciones creadas por la Reforma Laboral. En paralelo, ha aumentado el volumen de negocio en tiendas de encuadernación, porque los trabajadores están encuadernando en masa los convenios colectivos y las sentencias de despido improcedente, convertidos ya en piezas de colección, en daguerrotipos de una época sellada en la memoria.

6.       Como no estoy de humor, ni tengo tiempo para cambiar de estado, este breviario, y quizá alguna de las próximas entradas, violarán sin pudor las normas no escritas de Regardé: si no tienes ni idea, por lo menos no te tomes en serio, o como diría mi amigo Santi, “si no conoces, no te pares”. Estoy pensando hasta en poner poemas… pero no se asusten, no creo que llegue la sangre al río, que bastante tiene ya el mundo con la mierda que inunda las librerías y los suplementos literarios. ¿O no? ¿No hace falta un buen camión de mierda para que las flores – que las hay, también bastantes- se disfruten en todo su esplendor? Ahí les dejo, dándole vueltas a tan novedosa y fulgurante apreciación… Preocupín Perogrullo, siempre a su servicio. 



e so' tenace

perché alla gente piace

ma è evidente

che con un coltello

mi puoi fa' cambia' opinione

aho, so' testardo

ma mica so' cojone

martes, 21 de febrero de 2012

Cheesy fool

Cuentan de un duque que un día, tan pobre y mísero estaba, que solo se sustentaba, de los congresos que hacía… pero no, no vamos a hablar de él…

Cuando toda España está pendiente de los implantes de Belén Esteban, de la reforma laboral que nos han asestado por la espalda, de controlar al enemigo (los niños de 12 años de Valencia: habría que revisar aquel dicho futbolero que aseguraba que “no hay enemigo pequeño”) y, básicamente, de cómo coño pagar la reparación de la lavadora, el recibo del comedor o el seguro del coche…hay un grupo de mentes preclaras lanzando cuchillos virtuales de blog en blog a cuenta de quién es más moderno, quién más reaccionario, quién lleva mejor los pantalones de pitillo o quién no ha follado todavía lo suficiente para llamarse escritor.

Tanto las editoriales como las revistas donde los “nuevos narradores” son promocionados a conciencia deben de estar felices. Autores que, de otro modo, pasarían sin pena ni gloria, consiguen su parcelita de popularidad que, así, minimizará su seguro fracaso comercial. Porque, seamos claros, a la gente, al común, a la masa de lectores, estos modernillos no le gustan. Son demasiado “experimentales” (permítaseme malbaratar aquí ese adjetivo, luego precisaremos), demasiado raros, demasiado aburridos, y ni poniéndoles pinta de cantantes pop y creándoles un personaje van a vender más de mil ejemplares (soy generoso, no lo puedo evitar). Pero resulta que esa es su única baza, porque los otros lectores, los exigentes, los valientes, los pacientes, los culturetas, tampoco los tragan. Igual porque antes de leer sus “irritantes” y autocomplacientes “experimentos” habían leído a Torrente, a Benet, a Goytisolo, a Beckett, a Joyce, a Barthelme, Barth,  a Foster Wallace. Y ¿cómo llamar revolucionaria, rupturista, experimental, a una de esas novelas casi 100 años después de Tarr, 90 años después del Ulises, 70 después de Finnegans Wake, 50 después de Molloy, 40 después del Conde Don Julián…?

Dichas todas esas obviedades, no sería justo dejarlo a medias… entre los que los despedazan hay, a veces, una saña innecesaria. Jóvenes que creían descubrir el Mediterráneo ha habido siempre, y sus poemas, canciones y novelas eran, mayoritariamente, una puta mierda: hace treinta años como hace diez. De entre esos, algunos eran “descubiertos”, vendidos y comentados durante un tiempo, y al poco se olvidaban, quedando una mínima porción –afortunada, claro, siempre quedará la duda de cuántos buenos libros han quedado en un cajón-  de los que realmente iban en serio y tenían algo que decir. La diferencia, se me dirá, es que hay un nuevo escritor de moda cada semana, que cada cinco minutos se “vende” una nueva narrativa y que la generación que esta mañana era lo último, por la tarde ha quedado en reliquia antediluviana. Cierto, pero es que no podemos pretender que el “hecho literario” quede al margen del funcionamiento general de la industria cultural. Bueno, podemos, pero solo nos causará más frustración. O dicho de otro modo, que darles caña (aunque, claro, es tan tentador, se pasan tan buenos ratos…)es participar del mismo mecanismo que les ha dejado creer que son la leche, y quizá permitir que todos esos nombres resuenen por igual, lo que hará aún más difícil que se escuchen los dos o tres que, a la larga, puedan realmente merecer nuestra lectura. Que la vida es corta y uno no puede perderla en discusiones baldías por un trozo de tarta que es tan pequeño que da risa (los poetas saben de eso un rato), y mucho menos leyendo –para poder criticarlos con la conciencia tranquila, a diferencia de los que los alaban a sueldo en los medios sin leerlos,”que uno se vende pero no se flagela”- libros que pasarían desapercibidos si no hicieran presa en nuestra mala leche y que quizá nos estén privando de distinguir entre ellos la verdadera novedad. Y necesitamos además tiempo para preocuparnos del despido libre, de las tetas contaminadas de la Esteban y de esos peligrosos terroristas con cara de niña de trece años que toman nuestras calles pidiendo (¡nada menos! ¡habrase visto! ) más educación pública y menos fórmula 1.

lunes, 6 de febrero de 2012

Talk to the hand


La semana pasada, en un hito marcado ya a fuego sobre la historia de los medios de este país, alguien reconoció no saber nada de un tema y no tener una opinión formada sobre él. Como os lo cuento. Se trataba del antropólogo Manuel Delgado, colaborador habitual de La Ventana, en la Ser. Desde ahora, lo deberíamos llamar San Manuel, aunque eso nos traiga confusiones unamunianas que haya que capear, porque este hombre es un héroe, más aún, un superhéroe; no solo rara avis, un ave zancuda (referencia poética que solo unos happy few pichacortas sabrán apreciar: si de pájaros hablo...); un semidiós; una auténtica pieza de museo en todos los medios, audiovisuales o escritos, digitales o analógicos de este país. ¿Dijo “no sé”, “no tengo opinión” y no se acabó el mundo? ¡Lo hizo! Lo oyeron mis oídos y lo festejaron mis cinco neuronas (tengo otras cinco en barbecho, no me tomen por descerebrado). Por inaudito que sea, podría darse el caso de que cundiera el ejemplo. Por eso me he sentido en la obligación de dejar constancia del suceso,  con la esperanza de que pueda servir de espejo en el que mirarse para otros tertulianos. Por eso y también por si no vuelve a repetirse en mi -espero- todavía larga vida, como el paso del cometa Halley, que ya con seguridad no va a pillarme de pie.

No hablo de internet y los blogs, cuya misma esencia es el yoestoyaquinooshabíaisenteradocapulloshacedmecasoquesoyunputogenio. O sea, todo dios hablando de lo que no sabe. Eso sí, he observado que, en general los internautas se especializan en una ignorancia concreta. Así, pongamos por caso, alguien que no sabe mucho de literatura, menos aún de teoría o crítica literarias, se especializa en reseñas de libros, centrando su desconocimiento en un área que llega a desconocer con gran profundidad. Los que evitamos esa especialización somos pocos, procurando sumar a la desfachatez del desconocimiento el lucirlo ecuménico, despeinado y con chorreras. No puedo, ni quiero, evitar esta sensación de superioridad que proporciona la variedad y la amplitud, vastísima, de mis ignorancias, del mismo modo que se me levanta imperceptiblemente el mentón de orgullo al poder demostrar que, como decía un amigo hace años, soy polidiota: puedo ser gilipollas en varios idiomas. Mucho. Muy gilipollas.

Ahora bien, hay quien en internet SABE que no sabe, es consciente de estar opinando sobre un tema que no domina, que le supera y para el que cierta formación sería recomendable, pero, oye, entretiene, da gustito el opinionismo, sube la moral, y hay incluso quien puede encontrar un ligue, o, por lo menos, echar unas risas con gente majica.  Y luego están los que NO SABEN  que NO SABEN. Por eso dan tanta pena las discusiones enconadas, las pataletas, los pontificantes, y por eso un blog, un foro, los comentarios de un periódico, un puto feisbuk y demás artilugios nunca podrán estar a la altura de la amorosa felicidad de las discusiones de barra, donde las cañas, los vinos o los cafés engrasan cualquier pedantería, suavizan con un guiño cualquier boutade y nos devuelven nuestra propia caricatura de inmediato si nos hemos pasado de lapidarios y contundentes en algo que, después de todo, estamos muy lejos de saber con seguridad. Escrita, y sobre todo escrita a vuelapluma (hablo de de blogs donde se mantiene en general un gran nivel de discurso y casi siempre una educación intachable, islas en medio del océano de oligofrenia que es la Red), una opinión siempre parece más terminada de lo que querríamos, y solo el humor y una sabia gestión de las ignorancias salva los debates cibernéticos del patetismo y la estulticia de las tertulias televisivas y radiofónicas, cuando los salva.

     Habrá quien diga que me pongo crepuscular, nostálgico, y que en la realidad digital no hay ninguna cochambre que no estuviera ya en la analógica. Vendrá algún lectoespectador con flequillo a decir que soy un rancio, y seguramente tendrá razón. YO NO SOY MODERNO, que decía El sobrino del diablo. Ni quiero seeerlooooo  (qué pena que no sé colgar podcasts, si no, os la canto de verdad). Pero la verdad es que no es lo mismo que un erudito a la violeta opine en un bar que en la red, entre otras cosas porque luego no podemos obligarle a invitarnos a las cañas para compensarnos su onanismo intelectual. Y que conste que sé de lo que hablo. Que llevo muchas cañas pagadas...

lunes, 30 de enero de 2012

Iluminados 2.0

Ha tenido Esperanza una revelación, al estilo de la beata Emmerick, pero comiendo (nadie la acusará de histeria, ni de bulimia, ni anorexia, a Esperanza, digo, la otra era una recopilación viviente de enfermedades nerviosas): la salvación está en Las Vegas. Juego, dinero, barra libre de impuestos y, si fuera necesario (no lo dijo porque estaba delante Ana, que es muy sentida en asuntos de decoro), prostitución legal y con alfombra roja. 
Al día siguiente, algo defraudada por el escaso éxito de esa primera revelación, tuvo otra, que para eso los profetas tienen conexión directa con la divinidad y se les revela lo que les sale de los ovarios (o los cojones, en el caso más frecuente de profeta masculino), a demanda. La segunda revelación de Santa Esperanza ya la conocen ustedes: voluntarios para cubrir los servicios públicos. Qué locura esta de pagar bibliotecarios. Si los pobres quieren leer, que ellos mismos atiendan las bibliotecas públicas, joder, que es que lo quieren todo. Encima de que les traemos los casinos y las putas, nos vienen con que sus hijos tienen derecho a leer... 
         Solicito desde ahora mismo la beatificación de Esperanza, y que Mel Gibson haga una película con sus revelaciones, tal y como hizo con las de la beata alemana. Como le va la sangre (a Gibson, digo), que despedacen unos cuantos obreros, despellejen a los vagos de los profesores y quemen vivos a los niños que no alcancen la excelencia, o mejor, al estilo de la modesta proposición de Swift, que se los coman los parados y resolvemos dos problemas de una sola tacada.

Por último, como parece que para la divinidad, comer y revelar, todo es empezar, hoy leemos en El Mundo una "iluminación" de Arcadi Espada. A partir de un post muy interesante de un blog (que habla principalmente de la educación de adultos), el ínclito profeta llega a esta conclusión: "El colegio. Un dinosaurio costoso, infeliz e ineficiente." No quiero ni comentarlo, porque me pondría grosero, y porque hay gilipolluás que no merecen regarder. Eso sí, considero, en mi humildad, que si la Iglesia inicia el proceso para incluirlos en el santoral, el señor Espada y Esperanza deberían compartir altar, que estamos en tiempo de recortes y hay que beatificar y canonizar con moderación.

miércoles, 18 de enero de 2012

Esto no es la entrada de un blog

Ni un homenaje a Magritte. Ni el resultado de la fiebre del primer gran catarro del año (un servidor, con fiebre, piensa igual de mal que sin ella). Esto es solo una exclamación cibernética, un arqueo de cejas digital, un grito de estupor ante las cifras de ventas de libros que publica hoy ABC: lo más vendido en 2011, la dieta Dukan y el Indignaos, de Hessel. O, dicho de otra manera, los libros que más han comprado los españoles en 2011 son aquellos en los que, prácticamente, no hay nada que leer. Tres consejos, dos consignas, una tabla de calorías...el tiempo de tres telediarios, de dos programas de deportes de cuatro, de un bloque de publicidad de Tele5. 
 
Aún no he cerrado la boca, porque, cuando me disponía a darme un masaje para tratar de recuperar el movimiento de la mandíbula tras la lectura del titular, llegué al segundo párrafo de la noticia:
“... una bajada de las ventas del 4% y el descenso de la facturación, que se cifra en un 3%. No obstante, el precio medio de los libros se mantuvo alrededor de los 14,3 euros por ejemplar.”
   ¿Que los precios de casi todo han bajado por la crisis? ¿Que las promociones, rebajas, ofertas, regalos, oportunidades les parecen a la mayoría de comerciantes, productores y distribuidores de CASI TODO la mejor manera de combatir la caída del consumo y la pérdida de poder adquisitivo de buena parte de la población (acentuada por la superstición interesada de la lucha contra el déficit)? ¿Que esa parece ser la única manera de salvar las ventas? Eso es lo que parece dictar el sentido común, que ha invadido masivamente las tiendas y centros comerciales de este país. Pero no toda Hispania está ocupada: aún hay una pequeña región, rodeada de campamentos romanos, digo de tiendas con rebajas, que se resiste al invasor. Se trata de la aldea de Librix. Nadie ni nada les hará entrar en razón. Los precios, ni tocarlos. Será que tienen una pócima mágica, y algunos idiotas no nos hemos enterado. Igual compro la edición de lujo de la dieta Dukan, a ver si está ahí la receta.
  

martes, 10 de enero de 2012

Descargar o morir

              Dice Olmos en su última entrada una obviedad que necesita ser repetida de vez en cuando. La facilidad del acceso a la música, el cine y la literatura en la red acaba convirtiendo la escucha, el visionado o la lectura en secundarios respecto de la descarga. Algo así como un tío/una tía que dedicara todo el tiempo a ligar en los bares y conseguir los teléfonos y las cuentas de facebook de tantos tíos/tías follables como pudiera, sin encontrar el tiempo para acostarse con nadie porque está ocupado en conseguir más posibles polvos. Como de hecho les pasa a muchos en la vida analógica, lo esencial para el cibernauta no es follar , sino poder follar. La potencia sustituyendo al acto. Lo importante es descargar miles de canciones, no escucharlas.
              En Estados Unidos, donde hay incluso quien paga por descargar legalmente (lo prometo, se han dado casos, documentados  ante notario para los Santo-Tomás españoles que no dieran crédito), una muchacha puede recibir en su, pongamos, diecisiete cumpleaños tarjetas de regalo de tiendas online suficientes para acumular canciones que no tendrá tiempo de escuchar (al menos una vez, de escuchar discos enteros varias veces ni hablemos, eso sucedía en el paleolítico superior) antes de los treinta, suponiendo que dedique tres o cuatro horas diarias a escuchar música.

 Digo esto para que no parezca que trato de hablar de la piratería, la ley Sinde o las webs de descargas que tan buen negocio hacen de la “gratuidad” –dicen- de la cultura del futuro. No. No quiero hablar de eso. Pero es que, legal o ilegal, descargar se convierte en una actividad de ocio en sí misma, en la que se invierte el tiempo que teóricamente se podría dedicar a disfrutar de los discos, las películas y los libros descargados.  Y luego está el modo en que se escucha, mira o lee: la falta de pausa de la que ya hablamos aquí, la discreta o no tan discreta presión por la abrumadora oferta, la pulsión de lo más vendido a un solo clic, la devaluación de la experiencia, tan accesible y repetible,  la fragmentariedad. No se me malinterprete, soy nostálgico pero no “a lo Adorno : tengo lector electrónico, disco duro multimedia, aprecio la facilidad de compartir las cosas que disfruto con mis amigos y estoy abierto a dar con ciberpoesía que realmente valga la pena, aunque todavía no me haya sucedido. Ahora bien, estoy seguro de que la forma de leer o escuchar música cambia también desde el punto de vista psicológico y filosófico, no sólo desde el de su soporte, portabilidad o acceso.  A falta de que el libro de V.Luis Mora sobre el lecto-espectador me aclare las dudas, no tengo ni puta idea de adónde van los cambios, de cuáles son exactamente las diferencias entre mi lectura ahora y hace veinte años o entre la mía y la de un “nativo digital” (más allá de las evidentes, las motivadas por la edad, la experiencia o las lecturas previas): de la lectura antes y después del Kindkle, antes y después de las descargas en 30 segundos, antes y después de los blogs de reseñas y la publicidad selectiva en internet. En fin, que, como siempre, estoy en la oscuridad y sin visos de ver la luz. Eso sí, respecto al reparto de mi tiempo, salvo algún momento de debilidad o despiste, no tengo miedo. No me arrastrará la corriente digital más allá de lo necesario, y no por inteligencia, de la que nadie podrá acusarme. Estoy a salvo por puro hedonismo: es que donde se ponga leer, abandonarse a la música y follar, follar de verdad, que se quite todo lo demás.